La enfermedad del hígado graso no alcohólico es un trastorno muy común que se caracteriza por niveles inusualmente altos de colesterol y triglicéridos en el hígado. Muchos casos se consideran benignos ya que no causan ningún síntoma físico notable ni conducen a problemas de salud en el futuro. Sin embargo, es posible que la acumulación de grasa eventualmente cause inflamación crónica, cicatrices en los tejidos y posiblemente insuficiencia hepática. Es importante que una persona que padece una enfermedad del hígado graso no alcohólico establezca dietas saludables y se mantenga activa para ayudar a evitar que la afección empeore. Es posible que se necesiten medicamentos o cirugía para controlar el trastorno en sus etapas posteriores.
Los médicos no están seguros de las causas exactas de la enfermedad del hígado graso no alcohólico, pero varias afecciones subyacentes están asociadas con la acumulación de grasa. El síndrome metabólico, una afección que altera el metabolismo del azúcar de la glucosa y reduce los niveles de insulina, está presente en la mayoría de los pacientes. La obesidad, la diabetes y las malas elecciones dietéticas son los factores de riesgo más importantes para desarrollar síntomas. Con menos frecuencia, los medicamentos hormonales como el tamoxifeno pueden inducir la enfermedad del hígado graso no alcohólico.
Cuando la grasa está presente en el hígado pero no afecta el funcionamiento del órgano, la condición se llama esteatosis. La mayoría de las personas que padecen enfermedad del hígado graso no alcohólico experimentan esteatosis. Los síntomas suelen estar ausentes, pero algunos pacientes refieren dolores abdominales agudos y fatiga. La esteatohepatitis ocurre cuando la acumulación de grasa provoca inflamación e hinchazón de los tejidos. A medida que la afección empeora, pueden aparecer síntomas de pérdida de peso, náuseas, vómitos y fatiga crónica.
En raras ocasiones, la enfermedad del hígado graso no alcohólico provoca cirrosis o cicatrización permanente y endurecimiento del tejido hepático. La cirrosis puede causar una serie de síntomas graves, que incluyen dolores abdominales constantes, ictericia, trastornos digestivos y debilidad muscular. Si no se trata, la afección puede provocar insuficiencia hepática y la muerte.
Cuando un médico sospecha de una enfermedad del hígado graso, generalmente realiza un examen físico, pregunta acerca de los cambios en el estilo de vida y recolecta muestras de sangre para análisis de laboratorio. La sangre se analiza para detectar niveles altos de triglicéridos, colesterol y enzimas hepáticas. Se pueden tomar ecografías y otras imágenes de diagnóstico del hígado para buscar signos de inflamación y cicatrices. Si se descubren anomalías, puede ser necesaria una biopsia de hígado para confirmar la afección y evaluar su gravedad.
La dieta y el ejercicio son los elementos más importantes del tratamiento de la enfermedad del hígado graso. Un médico puede decidir ajustar los medicamentos para la diabetes o recetar medicamentos para reducir el colesterol para promover una recuperación más rápida. Si un paciente tiene obesidad mórbida, se puede considerar la cirugía bariátrica para aliviar la tensión del hígado y otros órganos vitales. Un trasplante de hígado solo es necesario si es muy probable que se produzca una insuficiencia orgánica repentina. La mayoría de las personas que se adhieren a sus planes de tratamiento pueden recuperarse por completo de la afección.