La fobia a la sangre es el miedo a la sangre. Para muchas personas, una fobia a la sangre puede caracterizarse por una reacción intensa e irracional a la vista, idea o presencia de sangre. Pueden seguir reacciones físicas como náuseas, mareos, descenso de la presión arterial y desmayos. Esta fobia puede ser tratada por psicólogos utilizando técnicas como entrenamiento de relajación, tensión aplicada y desensibilización. Ciertos medicamentos también pueden ayudar a quienes padecen miedo a la sangre.
Las reacciones iniciales a la sangre pueden incluir miedo y disgusto. El corazón puede acelerarse y la presión arterial puede aumentar, pero estos rápidos aumentos de la frecuencia cardíaca y la presión arterial pueden ir seguidos de disminuciones repentinas. Pueden producirse náuseas y mareos. A diferencia de otras fobias, los desmayos pueden ser un hecho real en la fobia a la sangre. Hasta el 15 por ciento de las personas pueden experimentar una disminución de la presión arterial lo suficientemente significativa como para provocar desmayos.
Para algunas personas, el miedo a la sangre se puede atribuir directamente a la historia del paciente. Los traumas personales o presenciados relacionados con la sangre durante la infancia o la adolescencia pueden provocar una fobia a la sangre. Para otros, sin embargo, una fobia a la sangre no tiene una fuente aparente. Algunos investigadores postulan que la genética puede influir en el miedo a la sangre.
Algunos expertos creen que la fobia a la sangre es el resultado natural de un mecanismo evolutivo. Se cree que el desmayo asociado con la fobia a la sangre ha jugado un papel clave en la supervivencia de aquellos que participaron o resultaron heridos durante la guerra. Se postula que el desmayo ayudó a los sobrevivientes a parecer muertos y les impidió morir desangrados si sufrían heridas graves.
Cualquiera que sea la causa raíz, la fobia puede tratarse. Algunas técnicas empleadas por los psicólogos para tratar la fobia a la sangre incluyen el entrenamiento de relajación y la tensión aplicada. Estas terapias pueden ayudar a los pacientes a relajarse y tensar los músculos del cuerpo. La tensión aplicada puede ser especialmente útil para quienes anticipan una caída de la presión arterial al ver sangre. Tensar estratégicamente los músculos de los brazos, el tronco y las piernas durante unos 15 segundos puede aumentar la presión arterial y evitar que las personas con fobias a la sangre se desmayen.
El miedo a la sangre también se puede tratar con terapia cognitivo-conductual y medicamentos para la ansiedad. Se pueden realizar procedimientos de desensibilización para que el paciente pueda afrontar la idea y la visión de la sangre sin tener una reacción física. Por ejemplo, un paciente puede estar expuesto a estímulos sanguíneos y aprender a afrontar su presencia.